Desde el viento.

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Me acuerdo de esa mañana, cuando me dijiste que ya no querías estar en este mundo. Te gustaba decirme esas cosas. Estabas cansado de llorar a los amigos muertos. Aunque tantas veces te dije lo contrario, hoy no quisiera morirme. Es que una vez me dijiste que íbamos hacer miles de canciones juntos, y yo te creí.

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El viento gira alrededor del mundo, del mundo del otro. Acá me quedo, entonces, junto a todo lo que no está.

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Renuncio a un lenguaje que no sea comprendido por los gorriones.

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Tener una tristeza es como usar sombrero en un día de viento.

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La voz sigue calma sobre las piedras; el viento sabe que la eternidad es posible en las hojas caídas.

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Con tanta lluvia, me acordé del ruiseñor. Pareciera que están lavando el mundo.

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Sentir el cansancio en esas mañanas de otoño, en las que pienso que lo verdaderamente importante sucede en los árboles.

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Mi amor está lejos. Pronto volverá y todo será como al principio. Ella será mi Alejandra Pizarnik y yo, su Antonio Porchia. Dormiremos hablando del mar y sus extraños caminos.  

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Quiero que llegue el invierno, que se cubra todo de nieve. Tengo ganas de patinar sobre el hielo que se hace en las esquinas, sentir el murmullo de los árboles que nadie conoce. Quiero escribir tu nombre en los vidrios escarchados de los autos.

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Tanto el exceso de sufrimiento como el de felicidad es penoso: aburguesa. Es mejor el equilibrio y no pensar tanto.

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De la noche, como el dibujo de un niño pegado en la pared, no te alejes.

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Estoy solo junto al río, el mismo que se llevó a mi padre: mi tristeza consiste en leer ese vuelo fugaz, acaso un cuaderno perdido en la infancia.

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La herida que atraviesa de puerta a puerta la casa, un canto que se pierde entre los árboles. Es el viento de nuevo. 

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Pienso en el día que nos conocimos, en todas las muertes que pasamos hasta encontrarnos. Ese día comenzamos a construir el olvido: nuestra única esperanza.

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Desde que te fuiste, me di cuenta de algo: al barrio le hacen falta árboles.

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Cada vez me cuesta más escribir un poema como la gente. Estoy en esa calma que antecede a la tormenta.

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Quién anda ladrando al hombre que vuelve del desierto.

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Me habían hablado maravillas, supuse que eras una maravilla. Pero hablas solo, dios.

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El dolor no sabe de grandes discursos, al menos aquí – dijo el viento. 

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Dejar atrás el desierto, desplegarse porque la nieve es el límite de toda esperanza.

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La ciudad secreta es la ciudad imperfecta, misterio de su propia duración. Mi corazón frente a una noche posible.

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Hemos gastado las fuerzas en el último verano; las manos y su destino de no estar en ninguna parte. El viento suele presentarse en formas impensadas.

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Definitivamente, el mundo se divide entre los que envían mensajes de audio y los que hablamos solos.

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Anochece. Las vidrieras nos prometen felicidad. Habrá que convencer al viento de su existencia. (Diciembre 16, 2017)

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Lo que uno quiere decir con palabras nunca es lo que uno quiere decir. No obstante, codificar ese mensaje es también una forma de amar, de curarse. Escribo para saber qué fue de mí. 

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Río Gallegos es una ciudad irreal. Lo triste del viento es demasiado para tanto viento.

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Pensar que hace veinte años estaba intentando escribir poemas en el reverso de una tarjeta de estacionamiento.

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Esos días fueron eternos. Solíamos quedarnos, junto a mi hermano, esperando que bajara del colectivo. Yo tenía 8 años y escribía en mi diario, le escribía a dios. Le pedía que me devolviera a mi papá. Un día encontraron su cuerpo sin vida a orillas del río. Había estado un mes y cinco días desaparecido. Me costó horrores ponerle palabras a su muerte, a sus muertes. Hoy se cumplen 30 años de aquel mediodía y, aunque tu ausencia me hizo crecer de golpe, ando todavía buscando luces en los caminos. (Noviembre 9, 2017)

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A veces me da miedo la prosa. Me asusta un poco eso de narrar y perderme en los hilos del lenguaje.

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Salgo a la noche y hablo con mi sombra; les digo a los perros que se callen. Lo hago para comprender la intensidad de las palabras.



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