Sobre la vida.

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De mis años de trabajo en la calle, me gustaría escribir sobre aquellas personas que se cubrían del viento en las esquinas. En cada uno de sus gestos se podían leer muchos poemas (o algo así).

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Cada noche, las mismas tristezas, pueden ser de otros.

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La muerte de un padre se parece al viento de la noche: canta frente a una puerta que insiste en permanecer cerrada.

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Si los días se repiten siempre igual, habrá que hacer un pacto con la vida, dar vuelta el cubrecama y hablar con el niño que viaja detrás.

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Mi once titular. A Borges lo pongo en el arco porque se aguanta todos los ataques. En el fondo, Gamoneda como stopper, lo quiero solo y libre. Mi línea de tres: Sábato, Galeano, Fijman. En el medio, el corazón del equipo: Juan Gelman. Me gustan de carrileros la dupla trasandina: Jodorowsky – Teillier, y un poco más adelantado, para meter miedo: el gran Leopoldo María Panero. Arriba, definidores natos, la dupla AP: Antonio Porchia – Alexandra Pizarnik.

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La dicha de ir por los pasajes, preparar el bolso, buscar el regalo más lindo del pueblo y, sobre todo, saber que me vas a estar esperando.

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Algún día han de florecer las palabras que sembramos una fría mañana de abril.

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Cuando escribo un poema, lo único real sucede ahí. A veces es bueno saber esperar.

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Cada vez que paso por afuera del bowling, se me pianta un lagrimón. Pocas veces sentí la libertad como en aquel lugar. La marginalidad del trabajo nocturno, el trabajo de parapalos, tuvo mucho que ver con la publicación de mi primer libro, con todo lo que vino después. En esas paredes, dejé mi vida.

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La nueva versión de Peces de ciudad debería decir: "Al lugar donde has sido feliz deberías tratar de volver".

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El día que nos conocimos, River ganaba su tercera Libertadores, después de 19 años. Buenos Aires, verdaderamente, era una fiesta. En ese umbral, te vi por primera vez, contemplando el tinte rojo de las seis. En ese umbral, te amé.

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Hay palabras que encienden las últimas preguntas. El que escribe amaina los vientos.

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Ahora que todas las ventanas dan al mundo, no puedo dejar de mirarla. El paisaje que respiro tiene tus ojos.

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Nada más egocentrista que el viento mordido por los perros.

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Cuando terminaba el turno, me quedaba a limpiar los espejos. A veces encontraba el mar. Mi cansancio era tan grande que se perdía lejos, ahí donde los pescadores encuentran su verano.

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Cuando terminaba el turno, me quedaba a limpiar los espejos. A veces encontraba el mar. Mi cansancio era tan grande que se perdía lejos, ahí donde los pescadores encuentran su verano.

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Que este año mi letra se vuelva legible, que pueda comprender los insomnios que deja la tristeza.

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Me detengo en medio del desierto y miro el cielo a través de la lluvia. Aunque me vaya, esas nubes seguirán ahí.

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Me levanto de la cama, doy tres pasos y me vuelvo punto suspensivo.

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Desconfío del frío. Por eso escribo un pensamiento y lo pego con cinta scotch.

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Si la vida fuera un partido de fútbol, hoy creo que estaría pidiendo minuto.

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El estado de abandono era tan grande que no quedaba otra que aferrarse a la vida con uñas y dientes. En esos momentos, la libertad y la marginalidad estaban en la palma de las manos. Ya no era necesario el papel picado de la imaginación.

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Cada poema se une a otro hasta construir una casa. La lectura de esa realidad, necesariamente, dependerá de quien abra o cierre la puerta.

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La tristeza de los árboles, después que se va el viento, me revela toda la sabiduría del mundo.

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Los poemas son como animales: cuando salen, muestran sus dientes.

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Mirás tus manos y sabés que vas a poder, que vas a salir. Imaginás que el silencio es de barro y que la lluvia nos pertenece.

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Reunir fragmentos como lugares posibles. Buscar, entre los escombros, los añejos, los nuevos, los que vienen de lejos.

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El viento es una herida abierta de la noche.

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La ciudad secreta es la ciudad imperfecta, misterio de su propia duración.


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