Leo Mercado
En el rubor de la selva salteña, el día 3 de setiembre del año 2013.
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PRÓLOGO por Patricia Vega.
La poesía de Jorge Curinao dispara directamente a
nuestra capacidad de encontrar el quiebre en la realidad que circunda y
agobia. Ajena a cualquier artificio retórico o exceso decorativo de
cualquier tipo, cifra su complejidad en el mundo de sentidos que genera
en el lector, a partir de un equilibrio sustentado en lo conceptual y lo
sonoro. Con un lenguaje simple pero certero, heredero a fuerza de
lecturas de las grandes tradiciones literarias, Curinao perfila en Otros
animales la conciencia del hombre singular que posee, en su palabra, el
don de la permanencia. Muerte, niñez, lejanía: todo confluye en la
construcción literaria de este joven poeta santacruceño.
Insiste en el signo de lo breve. Sin embargo, a
diferencia de sus trabajos anteriores, encontramos aquí poemas más
extensos y prosados, cuya lectura implica a veces una fisura entre lo
que debería decirse y lo que efectivamente se dice. No hay
complacencias, no las espere el lector. Es la de Curinao una poética de
la anécdota, del hogar de la infancia: de allí su compromiso de no
bastardear el lenguaje, de allí el desafío de “roer hasta el hueso” en
un tono familiar, sin alardes, para intensificar la palabra hasta lograr
la transmisión de un humanismo medular, de una experiencia
profundamente vital que entiende –en palabras de Graciela Cros- que
“algo se quiebra, se diluye o rompe cuando (…) el poeta sabe que eso que
dice no sangra”.
Provocadores de una comunicación profunda, los versos
ponen al descubierto un plano pictórico posibilitado por esta nueva
extensión. En este sentido, es el recuerdo el sema vertebrador entre
sonido e imagen. El que enuncia es un yo parado en su presente, que
puede caer en retrospectiva para salvar desde el ayer lo nutricio de las
lágrimas y la memoria. El tiempo deja de ser físico, cronométrico, y se
transforma en dimensión interior y subjetiva: “llegará en pedacitos”.
Por ello, la infancia es un manojo de estampas que aparecen para
reactualizar las vivencias y continuar el andar zigzagueante o girar en
el vacío. Todo es posible.
La cotidianeidad fluye tanto como la muerte en estos
poemas, con el mismo impulso y naturalidad, y la palabra se constituye
en un puente entre ambas. Despojadas de sacralidades o trascendencias,
nuevamente es el recuerdo el espacio en que convergen, sacudido de las
ceremonias inútiles. En la terrible conciencia de lo etéreo y la
finitud, de la muerte como única certeza, el poeta apuesta por el
lenguaje como vehículo de traspaso entre los umbrales. El decir funda lo
que permanece, a pesar de todo.
No hay títulos que orienten la interpretación de los
textos o instauren focos de atención. Apenas un débil ordenamiento
numérico permite al lector abismarse en el sentido de la composición,
emerger de allí y volver para respirar a bocanadas. La comunicación está
dada desde andamiajes residentes exclusivamente en el interior
conceptual de los poemas, y en su sonoridad. Nada sobra. En el retaceo
está la clave de lo que se comunica.
Jorge Curinao, una vez más, apuesta a la diversidad
poética de calidad. Despegado estéticamente de cualquier obligatoriedad
regional, se consolida como un referente ineludible de la poesía en
Santa Cruz. Los temas más humanos, y por lo mismo más universales,
atraviesan su obra con fraseo propio, con su verbo tajeado.
Éste es Otros animales, su más reciente creación
poética. Sepa el lector adentrarse en ella y asumir el desafío de la
co-construcción del sentido, de completar la dimensión poética del
texto, tal como lo desea su autor. Atrévase a ser interpelado por un
lenguaje desnudo y directo que busca una nueva manera de decir la
subjetividad. Sea cómplice del vértigo. Y disfrute.
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