"Autenticidades II "

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Andar por el mismo camino, con los ojos fijos puestos en el viento y, entonces, recordar que su mano en la mía era la misma mano. Y era el amor.
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Es la palabra kikirikí iluminando el desierto, la paciencia de los alambrados en las callecitas de mi pueblo. La sombra de su canto me sostiene.
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De cómo ciertas tristezas se acumulan en los cactus.
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Las palabras recién escritas han dado con otro borrador. Una tarde invisible entra en la memoria.
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El signo vital suele parecerse a las ramas de un álamo, en cuyas hojas anida un canto: el primer borrador.
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¿Cómo explicar la sensación de llegar a la orilla y no saber nadar?
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¿Quién habla en mí: el exiliado del ruido o el que soñaba con arlequines?
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El poeta se rodea de esos pequeños fuegos parecidos al silencio ancestral, invitando al lector a recorrer con su imaginación, el milagro de la naturaleza, de la vida. Luz infinita. Esencia concentrada. Instante primitivo. Suspiro que deja el viento. Voces para perderse en lo profundo, sin adentro ni afuera. Como un cosmos
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El trabajo con los chicos me hace olvidar todo lo malo, lo triste. Ayer, por ejemplo, una nena me preguntó si mi celular tenía Whatsapp y con una sonrisa cómplice, los demás se miraron y largaron la carcajada, porque saben que mi celular es antiguo, de esos que no dicen ni mu. Al final, nos reímos todos. Esos momentos son mágicos; una posibilidad de abrir los ojos al mundo, los días a la vida. 
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Miro sus fotos, enciendo su celular, leo sus últimos mensajes, pienso en la desesperación de aquellos días. Lloro. Pero en algún momento, no sé cómo ni cuándo, salgo a la calle y me aferro a los pequeños gestos, a las canciones que habíamos soñado juntos.
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En esa época, la del comedor escolar, estaba muy aferrado a dios: nos hacían rezar antes de cada comida, agradecerle esa posibilidad. Siempre recuerdo el hermoso gesto de una de las cocineras; nos esperaba en la puerta y nos despedía con una caricia en la cabeza. O cuando nos quedábamos a juntar los platos, junto a mi hermano, para que nos dieran doble ración de postre. A esa edad uno no es muy consciente de esas cosas. Con el paso del tiempo, recién comencé a valorar todo lo que había vivido allí. Y sí, claro, dios existe. Juro que lo vi entre los cantos de niños huérfanos.

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